viernes, 4 de junio de 2010

UNA MANSADA DE MARTÍN LORCA



Juan José Padilla vino ayer a la Maestranza sin ganas de torear. Parecería que El Ciclón de Jerez ya ha hecho toda la temporada y que le sobraba la corrida que ayer le regalaron los Pagés. O que cuando no se enfrenta a fieras de Miura o de Victorino (las de antes, claro) o de Adolfo deja ver que, aparte de valor y arrojo, de toreo sabe muy poco. Porque ayer anduvo ausente en sus dos toros. No es que fueran dos joyas, porque lo que Martín Lorca mandó a la Mestranza para el Corpus fue una mansada, con genio pero una mansada. Muy bien presentada, con cara y trapío, con mucha leña por delante (el sobrero tenía para hacer una mesa), pero una mansada de campeonato. Yo diría que después de la mezcla de sangres que Martín Lorca ha hecho entre Cebada Gago y diversas variaciones de Domecq, tiene que deshacerse de la vacada y los sementales y comenzar de nuevo. Porque no es normal que salga tanto manso junto, y tan blandos. Y no era un problema del año. Algunos eran cinqueños y se portaron igual que sus hermanos un año más jóvenes. Un desastre de encierro, vaya. Sólo se libró parcialmente el sexto que, aunque también blando como un merenguito, sacó un poco de casta y repitió a las llamadas de Salvador Cortés (luego escribiré algo más de esto último). De Martín Lorca sólo se libraba el mayoral que andaba sobre los chiqueros vestido como un pincel. No sé si pensaba que lo que traía era tan bueno que había que arreglarse por si se daba la circunstancia de salir a hombros por la Puerta del Príncipe. Pero no. Se tuvo que ir agachando la cabeza. Digo yo que sería así, porque desde luego no lo ví marcharse de la plaza.
Lo dicho. Que Padilla estaba desganado. O sin recursos. Con la capa estuvo vulgar y sin saber qué hacer con lo que le tocó en suerte. Si el Usía de turno (Sepúlveda era en esta ocasión) hubiera cumplido con el reglamento, que para eso está, para hacer que se cumpla, le habría puesto dos sanciones: una por dejar su primero ante el varilarguero entre las dos rayas; y otra por no poner al toro en suerte en el segundo intento de ese mismo toro. ¡¡Qué mal estuvo!! Y vulgarísimo con las banderillas que dicen que son su fuerte. Luis Mariscal le dió en el sexto una lección de cómo se ponen los garapullos. Sobre todo en el segundo par en el que, con todo merecimiento, se arrancó la música. Qué gran torero este Luis Mariscal.
Con la muleta Padilla estuvo aún peor. Si yo fuera gerente de la casa Pagés la próxima temporada no vendría ni a los Miuras. Seguro que hay por ahí jóvenes con ganas de demostrar de lo que son capaces. No se puede venir a la Maestranza con esa desgana.
Uceda Leal estuvo en lo suyo. Si no hay material, pues no se esfuerza uno. Que tampoco hay que cansarse demasiado. ¿Por qué repite este matador todos los años en el Corpus? Hay cosas que uno no entiende muy bien. Fue efectivo con la espada, como casi siempre, pero la primera no fue un ejemplo de colocación.
Y qué decir de Salvador Cortes. Anduvo aseado toda la corrida y toreó bien a su segundo que fué el único potable del encierro. Más encastado y repetidor que sus hermanos (aunque tampoco era una joya), y también muy blandito. Con la capa, casi nada. Pero con la muleta lo enganchó bien con la diestra. Sobre todo la tercera serie, templada, bien ligada, con la mano baja, llevándose al toro a la espalda... Con la zurda no cumplió, aunque los públicos le aplaudieran a rabiar. En ninguna de las dos tandas que ensayó se colocó: tan fuera de cacho estaba que le cabía el AVE entre la muleta y la taleguilla. Y claro, si no te cruzas pues no se puede mandar ni templar ni ligar ni nada de nada. Eso sí, Salvador demostró que sabe cómo hay que portarse ante los públicos de la Maestranza. En la feria estuvo aturrullado y sabía que para trinfar tenía que hacer las cosas despacito. Pero no tanto, Salvador, no tanto. Entre tanda y tanda se daba un paseo tan largo que parecía que se le había olvidado que tenía que matar al toro. Y baile, mucho baile. Demasiado. Desde luego hay que reconocer que con la derecha hizo toreo del bueno.
Cortés mató muy bien, pero que muy bien, a este Indiano, que así se llamaba el sexto. Y los públicos, después de la soporífera sesión que habían aguantado, le pidieron la dos orejas. Y el Usía se las dió sin dudar demasiado.
Como creo que no las merecía (con una hubiera ido de sobra), me fui de la plaza sin esperar a que diera la vuelta al ruedo. Creo que estos excesos no se pueden cometer en una plaza como la Maestranza. En las crónicas de prensa he leído que salió a hombros por la puerta de cuadrillas. Me lo temía. Jesús, jesús: lo que hay que ver.