sábado, 21 de abril de 2012

ÉXTASIS EN LA MAESTRANZA


Si por mí hubiera sido, Curro Javier, Juan José Trujillo y Luis Blázquez, los tres toreros de plata que acompañan a Manzanares en sus andares por los ruedos, habrían salido ayer a hombros por la Puerta del Príncipe junto a su maestro. Porque de las cuatro orejas que cortó el diestro ayer, al menos la mitad se las debe a estos tres hombres. Dieron una lección magistral de cómo se lleva adelante una lidia y de cómo se ponen banderillas. Si los dos toros que llevaron al triunfo a Manzanares hubieran sido lidiados por cualquier otra cuadrilla, las cosas hubieran sido muy distintas. Desde luego que Manzanares les agradeció su labor haciéndoles saludar montera en mano desde el centro del ruedo al finalizar la triunfal vuelta con que culminó su segunda actuación, pero fue escaso premio para tan gran labor.
Me explicaré. Los seis toros de Victoriano del Río que ayer saltaron al ruedo estaban justitos de todo: justitos de presencia, justitos de fuerzas y justitos de casta. De lo que estaban sobrados era de eso que ahora se llama nobleza: buenos como para subirlos a los altares. Puro juanpedro: ni un mal gesto, ni un mal gañafón, ni una mala intención. Eran toros que había que cuidar hasta el extremo para que no dieran el mingo y llegaran vivos al tercer tercio. Por eso ninguno de los seis tomó varas en condiciones: ni ellos quisieron nada con los caballos (la castita justa) ni los del castoreño les hicieron ningún daño. Por si acaso. Con esas características, los toritos precisaban una lidia impecable.
Eso es lo que hicieron los tres auxiliares de Manzanares. Lidiarlos impecablemente. Mimarlos como si fueran recién nacidos. El quinto de la tarde, que llevó a los públicos de la Maestranza al éxtasis, no tocó una tela desde que salió hasta que, desorejado, fue arrastrado al desolladero. Ni una tela. Salió y fue citado de lejos por  los peones de Manzanares hasta que éste lo recibió bajo los asientos del 7 y le enjaretó una magistral, aunque algo acelerada, serie de verónicas rematadas con una media impecable. Cargando la suerte, nada del pasito atrás tan común hoy, y sin que Jerezano, que así se llamaba el juanpedro, rozara el percal. Y así siguió la lidia. Ver a Curro Javier poner al toro en suerte en el segundo tercio de un único y medido capotazo, o llevarlo a una mano hasta el burladero del 4 fue un lujo. Ahí está la diferencia.
Lidiados de ese modo, los toros llegaron a la muleta de Manzanares con las fuerzas y las condiciones justas para su toreo. Lento y cuidadoso, casi acariciando al toro con los vuelos de una muleta presentada a la distancia justa, siempre en la cara del astado, llevando al toro con mimo a la velocidad que el maestro quiere y la que el animal requiere. Precisión de relojero. Manzanares tiene en sus muñecas el privilegio del temple y del mando. Porque hay que tener mucho sentido del temple y mucho mando para hacer lo que ayer hizo delante de dos toros que no valían un pimiento y que en manos de otros no hubieran servido para nada. Y también tiene el don del duende. Por eso Sevilla lo ha adoptado y lo mima como él mima a esos toritos. Manzanares, con su toreo almibarado, llevó al éxtasis a un público entregado.
El resto quedó ensombrecido. Padilla que iba primorosamente vestido y a quién el público agradeció su gesta con una ovación de lujo, intentó en su primero hacer el toreo moderno que requieren los juanpedros pero no le salió. Y en el segundo estuvo en Padilla. Pero claro, ese toreo requiere otro toro. Y Talavante se mostró mucho más firme que en años anteriores, con temple, con mando, con sentido de la lidia. En su primer toro estuvo muy bien y se llevó una oreja, pero el segundo tenía demasiadas pocas fuerzas y su cuadrilla no es la de Manzanares. Ahí está la gran diferencia: para torear estos toros justitos de todo hay que tener una cuadrilla de lujo, y de esas sólo hay una y la tiene el de Alicante.
La corrida acabó elevando a Manzanares al Olimpo sevillano. Como un héroe, dio la vuelta al ruedo a hombros de los capitalistas y rodeado de una chavalería que lo ve como como el modelo a imitar. Sólo faltó que Tristán acompañara el momento con los sones de Puerta Grande (se le fue la ocasión de seguir haciendo historia) y que los tres toreros de plata acompañaran a hombros a su maestro.
Esta vez salimos de la plaza contentos. Pero no emocionados. Las cuatro orejas que Manzanares se llevó virtualmente en su esportón (en realidad dos se las regaló a un niño en la barrera del 3 y otras dos al Dr. Vila a quien había brindado su segundo) son todo un hito en la historia de la Maestranza. Como el rabo que Diego Puerta o Ruiz Miguel cortaron en esta misma plaza. Pero no tienen el mismo peso.

2 comentarios:

  1. vuestro Al Mutamid... I del Baratillo y V del Aljarafe.. tóma ya.. ustede se lo avei vuscao...jajajajajajaj Ay mi Sevilla pueblerina.. jajajaj me río de mala já, ya tu ve...querido "vecino" Bueno, a ver si hoy llega el suspiro de la Puebla, y deja correr al río..un abrazo

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  2. Qué razón llevas amigo Fernando. Cuánta razón. Así es como estamos. Lástima que no abunden por aquí aficionados que sepan lo que ven. Esperemos que hoy veamos el toreo... Aunque, ya sabes, al final juanpedros.

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