Gabriel Fernández Rey, el policía que ayer presidía la corrida de los toros de La Quinta, lo volvió a hacer. Se ha echado sobre sus hombros la responsabilidad de regenerar el rigor en la concesión de trofeos a los matadores que actúan en el ruedo maestrante. Eso estaría bien, porque la Maestranza está entrando en una deriva triunfalista que no le conviene. Lo malo es que lo hace sin criterio, o quién sabe con qué criterio lo hace.
Ayer volvió a negar una oreja a El Juli que había hecho una meritoria faena a su primer santacoloma, para la que el público pidió con fuerza el trofeo. Pero lo volvió a hacer: igual que le negó la oreja a Morante el día 24. Pero no parece tener criterio. Yo diría que le negó la oreja a El Juli en compensación negativa por las dos que bondadosamente le concedió el Domingo de Resurrección. La misma bondad que tuvo para llenar con tres orejas el esportón de Tomás Rufo el día 27 y abrirle la Puerta del Príncipe. Un presidente sin criterio que ayer se llevó una bronca de campeonato.
La corrida de La Quinta tuvo de todo. El más bravo le tocó a El Juli. Todos entraron con fuerza a los caballos, pero ahí se la dejaron toda. Llegaron al tercer tercio sin fuerzas y eso marcó el desarrollo de la lidia. Todos fueron dificultosos, unos por encaste y otros por la señalada falta de fuerzas, o por las dos cosas. El cuarto no tenía un pase y El Juli no lo quiso ni ver. Pablo Aguado no tuvo suerte en su lote ni está en buen momento. Toreó bien con el capote cuando pudo, pero con la muleta está sin sitio o sin ganas. Tan desangelado como los toros. Mal camino para un joven matador que fue adoptado por la afición sevillana como el nuevo Pepe Luis, pero que se quedó en aquel brillante principio de las cuatro orejas.
Exactamente lo contrario que le pasa a Daniel Luque. Pero claro, para llegar a donde está ha tenido también que pasar su calvario. Ayer volvió a demostrar que es un torero de los pies a la cabeza. El quinto toro (esta es la feria de los quintos toros) salió como los demás del encierro, con poquita fuerza y con petición de devolución por una parte del respetable. Pero Luque vio que tenía posibilidades y pidió calma. La faena fue de menos a mucho más: a base de temple y conocimiento de las distancias y los terrenos, le fue marcando los caminos al toro y enseñándole a embestir. Cuando lo tuvo dominado enjaretó una cuantas serie rotundas por ambos lados. Muletazos largos, profundos, templados, llenos de torería. Hasta que aburrió al toro. Lo mató de una magnífica estocada. De modo que Luque se ha colocado por méritos propios en el cenit del toreo sevillano. Merece ser mejor tratado por las empresas.
Iván García puso dos extraordinarios pares de banderillas y lidió con suficiencia el cuarto de la tarde. Fue un buen espada al que no le dieron las oportunidades debidas y se ha convertido en un magnífico subalterno.