domingo, 8 de mayo de 2011

UNA MÁS PARA OLVIDAR



Los núñez de Manolo González fueron otro fiasco ganadero. Para empezar, sólo cinco de los toros superaron la inspección de la autoridad. Y eso que la autoridad sevillana ha demostrado a lo largo de estas dos semanas que no es muy exigente. Cómo serían los desechados si los cinco que se corrieron eran anovillados y se escobillaron los pitones en cuanto topaban con las maderas de las defensas. Sólo el que salió en tercer lugar (Cataoro se llamaba) tenía cuajo de toro, aunque estaba fuera de tipo. Todos fueron blandos, mansos y descastados. Muy descastados. Algunos desarrollaron peligro, quizás por una mala lidia, y ninguno se prestó para que los matadores lucieran sus habilidades: ni con el toreo clásico (a la antigua, tendríamos que decir ahora) como pretendió el reaparecido Juan Mora, ni con el moderno que busca la plasticidad por encima de todo, como es común en Curro Díaz. Sólo le sirvieron a Fandi porque a Fandi le sirve todo para hacer su particular toreo. El quinto que pertenecía al remiendo de Salvador Domecq, tenía bonita estampa y muy mala condición, lo que costó una fea cornada a Curro Díaz de la que parece que puede tardar tiempo en recuperarse. Es decir, de nuevo la basura con cuernos a la que ya nos tiene acostumbrados la ganadería brava (¿?), o al menos a lo que nos tienen acostumbrados la empresa y los veedores de los matadores.
De los toreros sólo se puede decir que Fandi, después de los cientos de corridas que lleva en sus piernas, mantiene un entusiasmo de novillero. Cumple siempre en todos los tercios. A mi no me gusta, pero tengo que reconocer que se gana el sueldo y que su público se divierte de lo lindo. Los otros dos no dieron la talla. De Juan Mora esperaba otra cosa en su reaparición sevillana: intentó algunas series, pero siempre se puso fuera de cacho y era incapaz de mantener los pies quietos. Se le nota muy inseguro y así no se debe reaparecer. Curro Díaz tampoco se colocó nunca en su sitio y nos aburrió. Lamentablemente salió mal parado de su enfrentamiento con el Domecq, posiblemente como consecuencia de su mala colocación. Montoliú, que no logró cuajar su carrera como matador de toros, se ha mostrado como un buen subalterno: puso dos pares de banderillas muy estimables, yendo al toro con donaire y determinación, como hacía su malogrado padre a quién dedicó el aplauso con el que el público agradeció su intervención.
En fin, un festejo más para olvidar.

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