miércoles, 14 de abril de 2010

CUESTIÓN DE SITIO

El lunes, por fin, vimos toros y toreros. El Conde de la Maza llevó a la Maestranza un encierro bien presentado, con trapío, y con la diversidad de comportamientos que corresponde a la ganadería brava. Hubo toros más francos y más reservones, más o menos bravos (sobre todo el quinto) y más o menos mansurrones (sobre todo el tercero), pero todos fuertes, encastados y con picante. En algún caso llevaban en la sangre chiles serranos toreados, que no saben ustedes cómo pican. Cada uno a su manera obligó a los diestros a poner sobre el tapete todos sus conocimientos y todo su valor. Porque como dicen algunos, los núñez-del-conde pedían el carné de torero. Es la consecuencia de construir una ganadería pensando en el toro y no en lo que quieren las figuras. Esto es, pensando en el buen torero, no en los que prefieren el toro de pega, que ahora llaman "noble" y que se caracteriza por no poner a su matador en ningún aprieto. No vaya a ser que se enfade (el matador), no quiera torear más ese hierro y se acabe el negocio.
Tuve ocasión de acudir con mi amigo Rafael a un tentadero de vacas en el cortijo de Arenales y pude ver cómo el ya fallecido y muy serio Conde de la Maza, al que los allegados (y otros que pienso que no lo eran tanto) llamaban Poli, pero a quién su hijo y ahora ganadero pedía permiso para torear las becerras después de tentadas llamándole "Señor Conde", pude ver digo cómo el Conde de la Maza centraba la selección de las futuras madres en primer lugar en su comportamiento ante el caballo (pidiendo que pusieran al animal una, dos, tres y hasta cuatro veces ante la cabalgadura y cada vez más lejos) y después en la fijeza y  el juego en la muleta. De lo que ví, no fue en ningún caso la "nobleza" en el trasteo sino el comportamiento ante el caballo lo que servía para medir la bravura de la futura madre y su consecuente selección. Por eso ayer, por fin, pudimos ver suerte de varas. Y hubiera sido mejor si al encastado sexto, un sardo de muy bonitas hechuras y con muchas dificultades, le hubieran dado la lidia que merecía y no el desastre en que convirtieron su matador y los de plata los dos primeros tercios. Eso sí, le dieron de lo lindo. Cuando comenzó el segundo tercio, Guasonero, que así se llamaba el sardo, tenía sangre en las dos pezuñas, señal inequívoca de que había sido picado a conciencia. Por eso se fué apagando durante el último tercio, dando con los hocicos en el albero y rajándose. Peor para Nazaré, porque con ese ejemplar podía haber intentado el toreo serio. Nazaré parece que tomó la alternativa demasiado pronto, que está poco placeado y no pudo con lo que le tocó. Creo que ni se colocó bien ni supo encontrar las distancias adecuadas para los morlacos que le correspondieron. En algunos casos además parecía que toreaba por correspondencia por la distancia que había entre su muleta y la taleguilla.
El toreo serio se lo pudimos ver a Urdiales y, sobre todo, a Oliva Soto. Urdiales es, como dice mi amigo Paco, un gladiador del toreo. Siempre le ha tocado bailar con la más fea, y ayer no iba a ser menos. Pero creo que cumplió con lo que le tocó en (mala) suerte. Oliva Soto tuvo la buena. Y se la merecía: hay que tener narices para ponerse delante de los núñez-del-conde sin haber toreado una sola corrida desde el 14 de agosto del año pasado, sobre todo cuando en esta misma plaza, en septiembre de 1992, otro ejemplar del mismo hierro segó la vida de su tío Ramón (Soto Vargas). Vino el joven matador camero con deseo de cambiar el rumbo de su carrera y se echó para delante ya en un ajustado quite al primero de la terde, que le costó la voltereta. Pero donde destapó y nos mostró lo que lleva dentro fue en sus dos toros. El primero lo brindó al público y a su tío. Se fue hacia el toro y con decisión se colocó por encima de él, muy por encima de un ejemplar que tenía dificultades. Se la jugó y ganó. El público pidió con fuerza una oreja que premiaba la decisión, el deseo de agradar y las buenas maneras. Un par de tandas por la derecha fueron extraordinarias. Mató mal y con la izquierda estuvo un poco impotente. Pero merecía el premio. En el quinto, quizás el mejor del encierro, Oliva Soto que  ya tenía al público en el esportón, metió también al toro. Hizo una meritoria faena: series con la derecha con lances bien ejecutados, con el toro dominado, largos, con la mano baja, con esas maneras que se aprenden en las calles de la torera Camas... Y rematatadas con excelentes pases de pecho y adornos de diversa factura. Ya digo, el público en el esportón deseando sacarlo por la Puerta del Príncipe. Pero falló estrepitosamente con la espada: la tensión, los nervios y la falta de práctica le jugaron una mala pasada y le impidieron el triunfo grande. De matar bien, el público lo hubiera sacado en volandas al Paseo de Colón.
Realmente yo creo que las dos orejas que el público estaba dispuesto a darle a Oliva Soto en su segundo toro hubiera sido demasiado premio. Tampoco en esta ocasión toreó con la izquierda. El toro tenía por ahí sus dificultadoes (todos los toros del encierro las tuvieron), pero Oliva no pudo o no supo superarlas, y para sacar a un matador por la Puerta de la Gloria es fundamental que haga todas las suertes del toreo, incluida la de matar, con excelencia. Para quien no alcanza ese nivel está la Puerta Principal, si quiere hacer uso de ella.
¿Saben ustedes por qué pienso que Oliva Soto hizo ayer esas faenas que le puden cambiar la vida? Pues porque le echó mucho valor y se puso en el sitio que hay que ponerse para torear. Donde si algo falla el toro se lleva por delante a su matador, pero donde si la suerte se ejecuta como se debe, los lances son perfectos. Si a esto se une el temple, que Oliva Soto demostró que tiene para regalar, entonces surge el toreo. Entonces aparecen todas las emociones, tan efímeras como intensas, que este arte es capaz de despertar.
Porque me parece a mi que es eso, cuestión de sitio.

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