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YA ERA HORA
El que se corrió ayer en cuarto lugar, un ejemplar negro con buena cara y de nombre Incapaz, sembró el pánico entre los coleteros que se movían por el albero maestrante. Parecía que tenían delante una fiera corrupia, uno de esos ejemplares intratables que salían antaño de los cerrados de Zahariche, y no un novillo de poco más de tres años y pura sangre Domecq. Será por la falta de costumbre de enfrentarse con animales encastados que venden cara su vida. La novillada de Fuente Ymbro, puros jandillas, estuvo bien presentada y, sin ser un derroche de bravura, contenía la casta necesaria para hacer del toreo un espectáculo emocionante. Sólo el quinto fue lo que ahora se califica como noble; los demás tuvieron sus dificultades, unos más broncos que otros, pero todos remataron en tablas de salida y acudieron con prontitud a los caballos de picar. A algunos les atizaron de lo lindo bajo los petos, pero sólo el que se corrió en último lugar, el más blando del encierro, probó el sabor del albero. Quizás demasiada casta y dificultades para unos jóvenes que cuidan más el espejo que las artes de la lidia del toro bravo (es lo que pasa con el aprendizaje en las escuelas taurinas) y desde luego mucha más de la cuenta para algunos toreros de plata a los que los astados descubrieron todas sus debilidades. Si hubieran sido lidiados por cuadrillas experimentadas los resultados hubieran sido algo distintos.
Los novilleros anduvieron unas veces mejor y otras peor, pero en todos los casos se vieron sobrepasados por sus oponentes. Javier Jiménez demostró que no tiene todavía (y quién sabe si los tendrá alguna vez) condiciones y recursos para enfrentarse a estos ejemplares encastados. Fernando Adrían no supo qué hacer con el primero de su lote y en el segundo, un novillo con casta y nobleza que fue muy aplaudido en el arrastre, mostró que tiene ganas y buenas maneras, aunque no supo aprovechar la oportunidad que la la suerte en el sorteo le había brindado: el de Fuente Ymbro era un ejemplar de triunfo grande, de esos que sirven para marcar un hito en la carrera de un torero. Gonzalo Caballero, el más joven de la terna, debutaba con caballos en esta ocasión. Iba Gonzalo primorosamente vestido, a la manera de Manzanares, con esos enormes remates blancos que tanto gustan al de Alicante y que hacen los vestidos de torear aún más barrocos de lo que son. Una pena, porque el joven Gonzalo rodó por el albero en muchas ocasiones y sólo la fortuna permitió que su terno nuevo no acabara hecho jirones y él mismo malherido. Gonzalo Caballero tiene mucho valor, pero poca plaza para una novillada como la de ayer. Creo que no debería haber debutado en el ciclo abrileño de la Maestranza; y si yo fuera su apoderado le habría echado una buena bronca de vuelta en el hotel: ponerse en el centro del ruedo para recibir a su segundo novillo con unas desgarbadas chicuelinas (¡qué empacho de chicuelinas!) y salir malparado del trance, es algo que no se debe hacer. O se va a recibir a portagayola, o se queda uno en el burladero. Ni tenía delante un utrero ni estaba en una plaza de pueblo. Le quedan muchas cosas por aprender, pero parece tener ganas y arrestos.
De nuevo la mayor parte de los públicos que ocupan los tendidos sevillanos pusieron la nota negativa en una buena y algo fría tarde de toros. A Gonzalo Caballero le pidieron la oreja en el primero de su lote (y la presidenta la concedió) por el único mérito de haber estado valiente y haber rodado reiteradamente por los suelos. Y a Fernando Adrián le reclamaron desaforadamente la segunda oreja en el quinto (que la presidenta, con buen criterio, no concedió), le forzaron a dar una segunda vuelta al ruedo y después pitaron a la autoridad que, en mi opinión, esta vez había cumplido bien. De modo que no sólo parecía que estábamos en una becerrada por las veces que los novilleros rodaron por los suelos, sino que la Maestranza devino en talanquera o plaza portátil de pueblo en fiestas. Además, con esos premios los jóvenes toreros creen que su actuación ha sido buena y que es así como deben desarrollar sus carreras. Y así pasa después lo que pasa en los ruedos.
En fin, que pudimos salir de la plaza contentos y hablando de toros. Ya era hora.
Como siempre me he enterado de poco, situación en la que me he encontrado con anterioridad como extranjero afincado en España, también con textos especializados de otros campos y por lo tanto no me incomoda. Me lo tomo como poesía, quizás lo es también para los que entendéis. El día no tan lejano en el sepa descifrar algo mas, tendré que hacer esa segunda visita a la plaza de toros que ya no será puramente turística. El rito de paso entre guiri y residente.
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